domingo, 26 de octubre de 2008

Asedio Multipolar

Estaba dormido. O al menos eso parecería si alguien hubiese ido a verme – para comprobar mi sueño- por la ventana desde el patio. Incluso creo haber sentido tal hipotética presencia externa y fiscalizadora. Pensé pudo haber sido un extra, una de esas siluetas obnubiladas por la duda de si existen o no; o tal vez, simplemente pudo haber sido un gato que se dirigía a mear el saco de papas que estaba a la vuelta de mi recámara -por fuera-, en el patio.
Estaba dormido –creo-, en efecto, los recuerdos me son bastante colgados del cuello, dislocados. O para ser más explícito, las locaciones de mi percepción estática –estaba acostado- variaban entre dos dimensiones y después en múltiples otros parajes (cuando salimos). Todos ellos visitados desde la comodidad de la cama que está habilitada para mí estadía en casa de mi progenitor-proveedor. A podre. Esto es el sur.

Ya inserto en la dicotomía vigilia-sueño, como en una especie de interestado, veía acaecer en cada una de las tablas pintadas con sangre, rostros de salvatruchas. Lo cual me hacía pensar en que los objetos y los supuestos seres, aguardaban mi sueño, como esperando a que me durmiera profundamente para liberarse de su ilapso inducido por lo humano, e intentar dirigir mi lánguido cuerpo a recorrer la ciudad entera. Pasando yo ahora, a ser el objeto o ser hesitado. Sentí que querían llevarme al parque o ala Villa Olímpica, a jugar fútbol - deporte que no hago regularmente hace muchos años. Aún no comprendo su intencionalidad.

Ellos –los objetos objetados con anzuelo por la geta- hicieron aparecer súbitamente a mi lado, en la cama contigua, a Mangi.
Aquí, en la casa de mi padre –y me atrevo a decir que en casi la totalidad de las casas del mundo- todas las cosas están dispuestas estética y funcionalmente en cada una de las habitaciones, lo cual encuentro asaz paradójico –para no decir trintraro-, ya que cuando uno duerme ve hacia dentro y desde ahí, hacia fuera. Y no al envés. O sea da lo mismo como estén dispuestas las cosas; estetas taciturnos.
Creo que la presencia de mi amigo fue tan fugaz como las cientos de miradas lanzadas, como alfil, a quemarropa, entre cada transeúnte cuando deambula, abúlico. Pero también me pareció un tiempo prudente como para crear un astrolabio de costado hacia la biosfera. Debo aclarar que en la cama que se encontraba él, yo me había orinado unas dos horas antes, aproximadamente, lo cual, deja manifiesto el desinterés que posee por los percances embriagados de amistad. ¡Estaba acostado en mis orines, de cebada!

Aquella cama no tenía sabanas, se las había quitado y dejado amoñadas entre medio de ambos pies de las camas. Y fueron el único objeto que no cobró vida –mientras todos los demás se alzaban en un alegórico sínodo-, estaban como avergonzadas de haber sido víctimas de un beodo. ¿Dije víctimas? Mi padre había sacado la sábana que cubre –había descendido de entre las oficinas aveC, inusitado-; yo había sacado la sábana que sustenta todo el desnudo duchampiano, aún borrasho. Todo esto antes del estro.
Él, antes que me diera cuenta, había ido a verme a la habitación, siempre lo hace cuando llego ebrio a su casa. No sé si es para verificar mi embriaguez o para verificar la suya cuando me ve.

Una vez repantigados, ambos, obviando lo mojado del colchón –él, no yo-, vimos llegar e integrarse a la situación a mi padre. Que había ido antes de la quimera, como vaticinando este baño sigmoideo. Descendió del olimpo de los bellos impíos para instalarse en medio de los dos –Mangi y yo- de la siguiente manera: sobre el velador que sostenía mis libros –entre ellos algunos en estado de extremo cuidado por la antigüedad de la que datan-, apoyó desde la mitad de su espalda hasta la vertebra C7. Después, de la nuca hacia el fin de la sesera, estaba apoyado sobre la pared que daba hacia la ventana de la cual podía vigilar un extraño, o un animal, hacia dentro, la que daba al patio, la única en realidad. Ahí fue cuando sentí que el velador cobró vida, ya que los árboles también podrían resucitar, de ser agible la resurreción. Pude apreciar que el que mi padre haya ocupado el velador como seudo respaldo de cama, hizo que el velador crepitara para postularse a cama. Finalmente, mi padre estiró sus piernas en el aire mostrándole al velador que tan sólo le faltaba un metro y medio para ser una cama hecha y derecha. Y aún más, se le veía cómodo a pesar de la incomodidad ficticia del reposo ficticio y de la conversación ficticia y de la vigilia ficticia en sempiterna brega con el sueño ficticio.

Una vez ya dispuestos los tres, mi padre inició el diálogo cuando yo abandonaba la yacija sin abandonarla en realité, diciendo que, el que yo caminase tanto era una enfermedad nerviosa. A lo cual respondí con una leve sonrisa mientras me ponía un calzoncillo para salir a caminar a eso de las 5 a.m. La noche estaba de día, ilunada, llena de luz, imagiparia, cómo no salir a caminar con ellas y ellos. (Solo)

Mientras caminaba por la ciudad, al parecer abandonada –solo al parecer-, tal cual la había visto el día anterior: con todas sus construcciones fálicas y respectiva luminaria encendida: una ciudad, en efecto; aparecí –y digo aparecí porque no caminé hasta allí-, en el lateral de una cancha de cisnes apareándose que no patalean, sino que patean. Cargué la pelota con mis manos, disponiéndola sobre mi cabeza, y al momento que iba a lanzar la esfera lateraluz, sonó, estruendosamente, el fin arbitrario. Me fui sin dudar, raudo, al baño. Sólo quería un vasománico de agua que se disuelve para apretar los vidrios molidos.

1 comentario:

fliba dijo...
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